Mi gran amigo Nicolás Buenaventura me contaba que al rodar su segunda película (el encanto de las imposibilidades) en Francia, le sorprendió que la jirafa con el micrófono no la llevase el becario de turno, sino el ingeniero jefe, el más preparado. Sabia decisión.
Un micrófono sencillo (léase barato) bien colocado, rinde mucho más que cualquier micrófono diez veces más caro pero mal colocado. Y más cuando lo utilizamos para directo, no para grabación, donde no se justifica la diferencia de precio por una inapreciable diferencia de calidad. Merece la pena dedicar mucho tiempo a colocar el micro en un lugar centrado del pecho (si es de solapa) a un palmo por debajo de la boca, apuntando hacia arriba (sobre todo si el micrófono es direccional) y con el cable sujeto también a la cintura para evitar que se desplace ante cualquier movimiento o tirón. Si llevo camisa me gusta pasar la cápsula por un ojal y fijarlo al pasar el botón. Queda muy discreto y con la seguridad de que no se va a caer. Si hay que colocarlo en una camiseta cerrada una buena opción es pasar el cable por dentro de la ropa, sacarlo por el cuello pero no colocarlo ahí, sino bajándolo hasta ese palmo de la boca. Para que no se gire es conveniente hacer un bucle con el cable y sujetarlo con la propia pinza al mismo tiempo que el cable que pasa por debajo de la ropa.
En "En la lengua floja" lo llevo oculto y bien sujeto entre las dos camisetas que llevo puestas. Jamás se ha movido ni ha hecho ruido por llevarlo rozando la ropa, pero claro, las camisetas son muy ceñidas.
Esta opción no me servía para "Debajo un telón", porque el vestuario es más amplio. Y porque en varios momentos hablo mientras toco el acordeón, con lo que el sonido quedaría muy descompensado. La solución pasaba por algo parecido a un micro de diadema, pero en teatro de sala, si no está justificado por el personaje... pues no. Así que rebusqué por el taller la cápsula más pequeña, y la integré en la parte inferior de la montura de las gafas. El resultado es muy bueno. Un sonido limpio de un micro que siempre está a la misma distancia de la boca y libre del aire espirado de la nariz.
En espectáculos de calle el asunto es diferente, ya que por lo general hace falta mucho más volumen que en sala y por lo general está asumido por parte del público que haya amplificación y micrófonos a la vista. Yo opto por diademas discretas, cómodas y ligeras. Sin ningún tipo de regulación, pero a la medida de cada actor. Diez actores, diez diademas adaptadas a la medida de cada cabeza, guardadas en cajas independientes. De cápsulas omnidireccionales, ya que recogerán menos variaciones de volumen en los movimientos de flexión y extensión del cuello. Y haciendo que la cápsula quede en la comisura de la boca en la sonrisa más forzada que pueda dar para que no recoja ningún pop (ruido grave de un golpe de aire emitido).
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¿Un lujo? Asumible. Las diez diademas juntas han costado menos que cada uno de los micros sennheiser que compramos hace veinte años para "Automatic" (un espectáculo de juegos en una lavandería).
Pero claro, a estas diademas he tenido que hacerles unas pequeñas modificaciones para dejarlas "chapó" y que no se muevan de su posición.